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LA «CRUZADA» DE GARRIDO CANABAL…

LA «CRUZADA» DE GARRIDO CANABAL…

Tomado del muro de César Valdez, Periodista y activista.

TOMÁS GARRIDO CANABAL, SECRETARIO DE AGRICULTURA DE LÁZARO CÁRDENAS

Este Garrido Canabal era el personaje más extraño del gabinete. Hombre de rostro duro y anguloso, neurótico, suspicaz, había gobernado Tabasco por más de 10 años. En su espíritu no existían matices ni gradaciones, pues odiaba y amaba con la misma intensidad desorbitada. Desde luego, odiaba mucho más que Calles el fanatismo religioso. Había organizado una fuerza de 50 mil “camisas rojas” —vestían pantalón negro y blusas coloradas— que hablaban un lenguaje seudomarxista, despojado se sintaxis, y combatían la religión y el alcoholismo, destruyendo iglesias, quemando y decapitando santos, predicando contra el opio del pueblo, persiguiendo, torturando y expulsando a sacerdotes y cerrando las tabernas. Sus métodos tenían una persuasión brutal y caricaturesca. Fue sustituido el santoral cristiano por un calendario de fiestas rurales, destinadas a ensalzar los productos agrícolas de cada región, y se inventaron oraciones para combatir la embriaguez y el catolicismo.

Cuando el general Cárdenas visitó Tabasco, una persona de su séquito le preguntó a una niña:
—¿Sabes rezar?
La niña respondió desafiante:
—En mi casa le cortamos la cabeza a los santos.
—Luego, ¿tú no crees en los santos?
—No, ni creo en el Coco, ni en las brujas; me gustan más los cuentos de pastorcitos.

En las exposiciones donde los ganaderos mostraban sus mejores animales, ganaban siempre primeros premios un toro llamado “Dios Padre”, un asno bautizado como “Jesucristo” y un cerdo al que denominaban “el Papa”.

Este odio iba acompañado de un amor igualmente furibundo por la educación, la producción agropecuaria y el sindicalismo oficial. Garrido destinaba una tercera parte de su presupuesto a escuelas, brigadas culturales, orquestas, deportes intensivos y planteles ‘racionalistas’ que funcionaban en las iglesias desmanteladas.

Había organizado congresos antirreligiosos, celebrados en el teatro al aire libre bautizado —¿reminiscencia hitlerista?— “El Nido de Águilas” y presididos por la niña Nereyda Pedrero. Infantes de 8 a 10 años —tal vez su precocidad se debía al calor húmedo de Tabasco, que lo mismo transformaba los helechos en árboles que a los niños en genios— disertaban durante largas horas sobre temas tan poco banales como “Los males que han ocasionado las religiones a la humanidad”, “El Universo sin Dios”, “El origen de las religiones”, “De los medios de que se ha valido el clero para explotar a la humanidad”, o presentaban propuestas, como la destinada a suprimir las cruces de los cementerios, que levantaban tempestades de aplausos y gozosas lágrimas de sus orgullosos progenitores.

Fernando Benítez
Lázaro Cárdenas y la Revolución mexicana III.- El cardenismo
FCE. México, 1978. Páginas 18 y 19

Roberto Guillen

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