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RAMON GARZA O EL CULTO A LA IRREVERENCIA

RAMON GARZA O EL CULTO A LA IRREVERENCIA

POR RUBEN MARTINEZ

Ramoncito, como le decían, tenía tan grande el corazón que lo destruyó sin saberlo. Dibujante itinerante, actor ocasional, lector infatigable de los clásicos, amante del rock viejo y un neoyorkino regiomontano.
Ramon Garza vivió encantado en su ciudad, amaba las calles, los mercados populares y las cantinas bulliciosas. La recorría de arriba abajo, se detenía cuando algún paisano le solicitaba un retrato o caricatura; cuando la sed lo atrapaba y caía preso de una caguama.
Como buen monero, gustaba de la familia Burrón, de Chanoc y el Memin Pinguin, llegó a viejo con el corazón de niño, vigoroso, pleno, sin demencias, un poco chiflado, irritable con los necios y poco tolerante con los mismos. Tenía su pegue con las nenas, pero fue áspero, no permitió que lo cuidaran; era como acariciar un puerco espín.
Odiaba la música grupera, la cumbia, los boleros, los tangos y ante todo la música de protesta. Apreció el ritmo cubano, el jazz y el blues. Su hermano le enseñó el gusto por Nino Rota y Ennio Morricone.
No iba al teatro porque le gustaba dar la contra, decía que el teatro estaba muerto en Monterrey. Supo que le quedaba poco tiempo en este mundo y descartaba a los necios. Tenía una lista negra de gente no grata; otra de amigos que aprovechaba al máximo.
Como buen signo de Cáncer, era dedicado a las relaciones sociales: le gustaba el chisme, el diálogo de sobremesa, la gente con sabiduría, era autodidacta y exponía temas filosóficos, literarios y aspectos culturales. Su báculo eran sus libros y surgía la inspiración por las madrugadas, los genios lo visitaban en la soledad, en el ámbito ambarino de una “guama”.
Nunca lo escuché quejarse de alguna dolencia física, ni monetaria, menos amorosa, al contrario, castigó al rentero de su casa, le pagaba con poemas. Se vestía con el mismo sastre de Celso Pina, camisas floreadas, coloridas y con el faldón por fuera, bien afeitado y una gorrita de lana.
No le gustaba bañarse, y comía poco, invertía su dinero en cerveza. Era generoso con lo poco que tenía y no le gustaban las dadivas, no era gorrón ni lambiscón. Amaba el buen cine: Woody Allen, Fellini, Jodorosky, Mel Brok , Buñuel y los diálogos de las series The Big Bang Theory y la de Senfield. Lector cumpulsivo de Monsiváis, los Taibo, Pacheco, Fuentes y Gabo; sin olvidar los brillantes ensayos que mencionaba de sus pintores favoritos.
A menudo desenmascaraba a los falsos artistas plásticos de la ciudad y arremetía contra ellos, explicaba porque el dibujo, trazo o colores en determinada obra de algún artista local no eran los adecuados y eso atentaba contra el espíritu creativo, y por ende detestaba a aquellos falsos pintores que bajo cualquier circunstancia buscaban la fama.
Expresó que la vida le dio todo y la misma lo llevó a Cuba, al DF, de antes. También le dio una buena hermana, y una amorosa compañera. Trabajó con Jodorosky, se retrató con Tongolele y coqueteó a Evangelina Elizondo.
Contó amigos con todos sus dedos y le faltaron. Tomó más cerveza que el agua que ha pasado por el río Santa Catarina. A un alambique de Cervecería le van a poner su nombre. Tomó siempre al lado izquierdo mío, quizá para estar más cerca de mi corazón. Nunca tuvo dinero, no lo necesitó, no atesoró bienes. Tenía lo necesario y quizá menos. Era muy dueño de “La bolita”, cuando llegaba, gritaba en la barra «Servicio» una voz poco amanerada, gangosa. ¡Ay Ramoncito!, como te extrañamos, las tertulias ya no son iguales. Faltas tú, tus comentarios asertivos, directos. ¡Que buen borracho perdió el barrio! Hasta pronto Ramoncito.

Roberto Guillen

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