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CRONICA DE UNA MINIGALERIA AMBULANTE…

CRONICA DE UNA MINIGALERIA AMBULANTE…

POR ROBERTO GUILLEN

Queridos lectores, a continuación les comparto un texto  que comprende mi libro Labios de Warrior, publicado en el 2008, por la editorial Oficio. Por su atención y comprensión, Gracias.

 

Galería Roja fue el título de mi sueño parisino.

Tan éfimera como lo grotescointenso, fue la única vez que en todo el rancho se organizó una exposición  sobre las Muertas de Juárez . Recuerdo que esa noche de la vernissage  misteriosamente se incendió el botiquín del baño, mientras el Roy Diley protagonizaba un performance con una niña que lolitezcamente chupaba una tutsi pop. En la muestra, mi segunda madre expuso dos dibujos bien gachos, pero se reagradece la intención. Aquiles me llevó uno de esos manidos diseños que suelen esquemar cotidianamente los maníacos de la computadora. También gracias. Adlay, la gorda de Santa Catarina, que dizque  se volvió musulmana, también me llevó un cuadrucho me dio feo. Thanks.

Mi hermano Godoy hace memorable esta narración, porque cuatro horas antes de la exposición llegó con su obra Jesucristo en la Tierra, y también con un taladro. Sin decir agua va, de inmediato se puso a perforar la pared de mi galería, y después de instalarlo, se retiró sordomudamente.

Faltando unos 20 minutos para que iniciara el banquete plástico de la denuncia, llegó un joven con una escultura tallada en madera. Esta obra nunca la esperé y como tenía un acabado y una intención de crudo expresionismo, la instalé en el el centro de la galería, por cierto, sobre la base de la misma, coloqué El Capital de Carlos Marx, con esa portada donde aparece con las famosas barbas a todo lo que da.

Nacho Zapata fue el padrino del coctel, que consistió en un cartón de caguamas; obviamente me cayeron los gorrones cazacocteles y en un tris se las engulleron. En el transcurso de la noche fue cayendo mas banda de los que sí traen lana y con ellos la noche se hizo más llevadera…Pero la denuncia se fue a la Calle. Sí, a la semana siguiente se nos metió la locura de exhibir las obras en la Macroplaza. Me conseguí unas varitas para hacer unas cruces que después pintamos de negro, les pusimos una base y nos las llevamos junto con las obras. Pero como la denuncia tallada en madera no cabía en el taxi, nos la tuvimos que llevar caminando, entre el Andrés Vela y el que teje la telaraña «de la Mancha». La obra es un tronco que representa el cuerpo mutilado de una mujer, con clavos en el dorso, digamos que una excelente metáfora plástica de los feminicidios en la Ciudad de los Asesinos. Y como teníamos que pasar por todo el hormiguero de la avenida Juárez, y como era sábado, pues el impacto fue inesperado y rptundo…en las pizpiretas y desinformadas pupilas regiomontanas, cuyas miradas literalmente traspasaban a la mona del martirio.  Al cruzar por Padre Mier, los culitos de dos edecanes de la Telcel me distrajeron tanto que casi se viene abajo la escultura…

¡es una obra de arte…verdad! exclamó el galancito que acompañaba a las siluetas-del-deseo, quienes provocaban a la gallera de regios por la tanga que se les transparentaba en el pantalón blanco que vestían…

Pero las miradas se clavaron más  cuando entramos a la Plaza Morelos, que lucía retacada por los cientos de compradores y paseantes. Muchos de ellos nos persiguieron en tropel, atrapados por la mujer del martirio y los clavos. Me acuerdo que llegando al Macdonald mi garganta ya exigía la humedad que imploraba el Cristo del Gólgota. Y afortunadamente se nos apareció un José de Arimatea en la persona de Vidales, el maníaco que se la pasa hablando de grupos terroristas como Al Qaeda, Al Fatah y otras menudencias del fundamentalismo sanguinolento; pues el muchacho tuvo a bien traernos unas coca colas, para terminar nuestro periplo en la calle Zaragoza, donde ya teníamos instaladas las obras y una alfombra de papel donde los paseantes estampaban su parecer con respecto a las Muertas de Juárez . Esa noche me dasfalqué por el sufrimiento de Ellas…gasté todo mi peculio en cartulinas, pinceles,papel, madera, el taxi y los refrescos. Nunca llegó un sólo reportero y otra vez tuvimos que llevar todo a mi Galería Roja. Neta que estaba muerto de cansancio, y gobernado por una gelatina de incomprensión. Sólo mi anomia en-el-rancho me sostenía…y los guacamoles que me tragué esa noche en la fiesta de Naranjo.

 

Roberto Guillen

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