En la segunda mitad del siglo (XX) se ha acentuado la marginalidad de la poesía. Hoy es ceremonia en las catacumbas, rito en el desierto urbano, fiesta en un sótano, revelación en un supermercado. Es cierto que sólo en los países totalitarios y en las arcaicas tiranías militares se persigue todavía a los poetas: en las naciones democráticas se les deja vivir e incluso se les protege – pero encerrados entre cuatro paredes, no de piedra sino de silencio. En las ricas sociedades de occidente, dedicadas al negocio y a la diversión – o como se dice con frase reveladora: a pasar el tiempo- no hay tiempo para la poesía. No obstante, la tradición poética ni se ha roto ni se romperá. Si se interrumpiese, las palabras se secarían en nuestros labios y nuestros discursos volverían a ser chillidos de monos. La continuidad de la poesía es la continuidad de la palabra humana, la continuidad de la civilización. Por esto, en tiempos como el nuestro, el otro nombre de la poesía es perseverancia. Y la perseverancia es promesa de resurrección.
OCTAVIO PAZ