ANDRES VELA
El placer de ser confrontado. La frugalidad que permite al texto florecer. Un todo armónico de trabajo actoral. Eso y más es “A puerta cerrada” de Jean-Paul Sartre… sólo que a través de la perspectiva de Xavier Araiza.
Difícil para el espectador regiomontano contemplar obras así. Nada complaciente, Sartre, mucho menos es entretenido o divertido, como las comedias baratas de Multimedios, o por qué no mencionarlo: las series de netflix, o los populares productos visuales de youtubers e influencers.
El filósofo francés tenía un compromiso tal, que incursionó en todo género prosístico y con un rigor que incidía tanto en el fondo como en la forma. Si bien para algunos, dicha separación pueda resultar arbitraria, para Sartre, cada palmo de texto importaba; es decir: texto y contexto deberían ser uno solo. Totalización que emociona por ambiciosa pero también porque está signada por un sistema, un sistema que es discurso, visión del mundo: la filosofía del existencialista Sartre.
En esa búsqueda, las cosas se señalan con precisión, no hay lugar al desvarío simplón, a gratuitos malabares lingüísticos. Literatura es combate, pero hay que saber comunicar los términos de ese combate, para que el lector comprenda su misión en esa batalla: la palabra es un arma. Sin embargo, en la dramaturgia sartreana podemos encontrar al filósofo un poco más lúdico.
La obra que se presenta en el Café Teatro nos acerca, sin tapujos, a esa lucidez lúdica; a ese discurso tan inquietante como liberador. Es un verdadero placer todo lo anterior presentado sobre las tablas, y que el espectador puede paladear gracias a una dirección tan precisa como el sistema de ese gran intelectual francés (posiblemente, junto a Zola, el emblema más importante del Ser Intelectual).
Tanto la precisión (ese rigor intelectual), como la dimensión lúdica de la obra Sartreana son, nos parece, características del trabajo teatral de Xavier Araiza. Si hablamos de un teatro sartreano, también podemos hablar de una dramaturgia araizana. Puesto que sus montajes, tanto los escritos por él como las adaptaciones, describen la línea de un solo ojo, sí, amplio y plural, pero constituido por ideas y motivaciones tan destacables, que podemos señalar con claridad un discurso propio, muy propio de Araiza.
Ese trabajo, ese discurso (seguro la acumulación a esa línea de tantas lecturas y experiencias personales que habrá confirmado, desechado y retomado ideas según el vaivén de los tiempos), no podría concretarse sino es con el trabajo de actores que, participantes del discurso de Xavier, encarnan inquietudes e ideas. Así pues, también nos es posible hablar de una escuela. “Es el teatro que nos gusta hacer”, dice Gely Ortegón y uno se congratula por que Araiza tiene compañeros de vuelo, que haya quien no tema subirse al vagón para acompañar a este hombre de letras, que a veces pareciera un juan predicando en el desierto.
Debe ser la razón –por fortuna- de que la obra permanezca en carteleras y de que se sostiene sobre un equipo sólido de actores. La aparición de la joven Zaira Estrada otorga otro matiz; y uno supone que todos han tenido que replantearse el trabajo, no obstante sea el mismo texto. Y lo logran, porque existe esa capacidad de mantener un ritmo que el espectador agradece. Esa sucesión de momentos álgidos y momentos aparentemente inanes (como la música es alternancia de sonido y silencio) que hacen partícipe al que contempla la obra desde su silla (y éste, sigue rodeando una idea mientras aún intenta digerir otra en la que quedó anclado, sobresaltándose con una reacción y ya atento a esperar la siguiente, el siguiente gesto, la siguiente palabra, que caen repercutiendo como ondas concéntricas).
Ese es el teatro que les gusta hacer, es el teatro de Xavier Araiza, es el teatro que muchos –agónicamente- buscamos; y es el teatro que necesita una ciudad que, poco acostumbrada a cuestionarse, hoy se ha visto obligada a preguntarse “por qué”.
Sí, la pandemia, con toda la sinrazón de la tragedia inopinada, pero real aunque los ignorantes quieran convertirla en cuento chino. Y en ese contexto, también se confirma el talento de Xavier, quien –en justo compromiso sartreano- incluyó palabras para recordarnos la importancia del momento que vivimos. La visión del dramaturgo y del director de escena (dos oficios para nada siameses), matizaron de manera perfecta esta mención. Sin abusar de la tragedia presente, pues sólo requirió de unas cuantas palabras, reflexivas, acentos aqui y allá de lo que no podemos negar, y, más aún: hay que meditar.
Placer estético, intelectual, catártico, lúdico, y más adjetivos que añadirá quien la vea mañana y en sus futuras presentaciones, es posible verla en el Café Teatro. Las presentaciones, que se llevan a cabo los domingos, pueden ser consultadas en su página: https://www.facebook.com/CafeTeatromty