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EL TEATRO ARAIZEANO COMO EXIGENCIA DOCUMENTAL

EL TEATRO ARAIZEANO COMO EXIGENCIA DOCUMENTAL

ROBERTO GUILLEN
Ahora que hemos tenido la oportunidad de gozar la dramaturgia de Xavier Araiza, en la cartelera del Café Teatro, caímos en la cuenta de que ya no bastaba con hacer una reseña de cada uno de sus montajes, como lo son La loca y el Maniquí, representado por Xavier Caro; A puerta Cerrada ( de Jean Paul Sartre), con Justino Pérez, Gely Ortegón y Zaira Estrada, y Un moribundo se confiesa con un sacerdote( del Marqués de Sade) , con Alejandro López y Guille Quijano. Encontramos que a pesar de que los montajes presentan temáticas diferentes, hay una suerte de estéticos vasos comunicantes, o lo que bien podríamos denominar como una estética araizeana.
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Los trazos, los diálogos y los escenarios que nos posibilita el teatro araizeano revisten el cariz de un insospechado arquetipo, de lo limperecedero-atemporal , de una pertinaz provocación interrogante y de un desafío a la sorda glotona sociedad cibernética que diluye sus horas picoteándole al google y otras golosinas de la fantasiosa virtualidad. La densidad y la intensidad discursiva que anida en cada uno de sus personajes nos desafían a incursionar en una intentona ensayística; a pensarlos en sus angustias y contradicciones, a redescubrirnos en un juego de espejos como lo puede ser el arte de la fotografía o a llevarlos al prisma visual del documental. En todo el teatro regiomontano desconozco quien persista en su piel histriónica tal como lo hace Justino Pérez en el papel de Joseph Garcín, el periodista y literato de puntadas subversivas, que goza, sufre y se desgarra hasta encontrar la iluminación en el festín del desengaño… A Puerta Cerrada, donde junto con dos “ausentes” descubre que “el infierno son los otros” y no la manida leyenda de las llamas eternas; donde las tres “ausencias”rebotan como canicas en una caja de zapatos, porque cada quién se descubre como el mordisqueante verdugo del otro, como la frialdad comercial de un lazo en busca de su presa. Han pasado los años y vemos a Gely Ortegón fiel a un profesionalismo que va más allá de temporadas y asuntos de taquillas presurosas. El Game Over de Steel como un ritual acto poético de la Paradoja que somos. Cada uno se corresponde en un juego de escenas que exigen el rigor de intelegir, de imaginar, de pensar, y observarse imbuido por cada gestus del drama . El moribundo del Marqués de Sade es una bomba provocadora que Alejandro López representa con el memorable desenfado de un libertino frente a la temblorina pasmosidad de un sacerdote que termina embalsamado en sus dogmas. Ellos protagonizan un diálogo desprovisto de todo celofán sensiblero, de todo efectismo truculento y marketinesco y de toda diatriba panfletaria. Digamos que asistimos a la festiva desgarradura del Ecce Homo, sin retoques ni doctrinas somníferas. Y se hizo la estética Araizeana…
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loca y el maniquí, en una primera lectura representa un asalto a la estupidez humana. Pero también asisitimos a la crónica de una Desgarradura…la Desgarradura de ser Mujer frente a un sistema de cosas que la crucifica como la gran presa estelar del usese y tirese…
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Síntesis: la estética del teatro araizeano es un acto de Resistencia

Roberto Guillen

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