ROBERTO GUILLEN
Tal vez, tal vez…habría que ser un vivo «catador» del teatro brechteano de Xavier Araiza, para degustar la poética visual que nos brinda Jaime Sierra en la pieza Embrujo, que anoche disfrutamos en el Centro Cultural Plaza Fátima. De la punzante y perspicaz sobriedad araizeana a la maravillosidad de un prestidigitador que configura escenarios etereos que nos trascienden y sacuden con el temblor del Deseo, encarnado por Balbina Sada, revestida con el corazón rojo de una Gitana que desafía a su madre y a sus costumbres gitanescas para flotar con el amor de Ramiro- interpretado por Allan Durell – un amor arrebatado que termina osificado por la el óxido de la costumbre y el alcoholismo. El soberbio sentimiento de ser gitana y mujer como un grito desesperado para atrapar la Felicidad…frente a Fernanda Reyes, que novelescamente encarna el avinagrado super yo de la autoridad maternal, que esgrime su bastón como una guadaña para matar el Deseo. Un espantapájaros para ahuyentar la Felicidad. Y en su auxilio, la pasionaria es visitada por el Misterio de dos astados revestidos con la textura sutil de lo mitológico. Que aunado al fondo de la musicalidad y los rejuegos de la iluminación, hacen del montaje la mágica expresión de un taumaturgo: el Teatro como Alquimia Visual. Erik Azul Ramírez y Lisandro Ramírez, le dan vida al ritual de dos toros cuasi-mitológicos, cuyos trazos escénicos parecieran alimentar las contradicciones de ese jeroglífico que llaman Mujer: El Embrujo fugaz de Amar. Pero también el Embrujo de hacer Teatro. Jaime Sierra, el taumaturgo de la Escena…