ROBERTO GUILLEN
Queridos lectores, una vez más tuvimos la fortuna de gozar con suma fruición la etiqueta teatral que nos brinda Casa Musa,donde el director Luis Franco le da «vida» a la tétrica teatralidad que gobernó el nervio umbrío y macabro del dramaturgo Ira Levin, autor de El Cuarto de Verónica, una pieza que revela a una talentosísima Isadora Flores, en el protagónico de Suzan Allen, perseguida por una serpiente fatalidad que termina por enrollarnos a todos los que permanecemos bajo el encierro de un cuadro abismal, encadenados por una dramaturgia que termina por hacernos parafrasear a esa máquina de pensar que fue Jean Paul Sartre: El horror son los otros…
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De un encuentro incidental, Ira Levin, prende la hebra para usar a los abuelos de candy sweet (Roble Almaraz y Renán Moreno) como artero anzuelo que Suzan muerde en un restaurant, en compañía de su novio (Daniel Rimada): la treta y la engañifa envueltas en el tierno celofán de un mire usted, se parece tanto a una hija que tuve, me haría usted el favor de venir a mi casa para consolar a mi otra hija que ya se la devora el cáncer: la dramaturgia para develar los rincones más tétricos del alma humana:el cuadro de los humanos como el irreductible montaje de una Trampa: «El Cuarto» de la pretendida difunta Alejandra, como una piedra de sacrificios, como un cerrojazo milenario,como una condena tumultuaria, como un juego de irracionalidad infernal, donde somos salpicados por una suerte de abismo sapiens, que se reproduce ad infinitum en un juego de espejos, donde somos deformados por habitar «El Cuarto»
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Ira Levin o la dramaturgia para ensayar una monstruosidad chic: una monstruosidad de mermelada y necrofilia:una socarrona monstruosidad murder, El Cuarto de Verónica como un Altar a la Perversión y la tumba de toda psiquiatría… con el sello de un arte dramático que no le pide nada a las figuronas de la Cdmx