ROBERTO GUILLEN
Transcurre el tiempo, pasan los días y se diluye la pandemia, pero no el vicio-inspiración-terquedad del pintor Arrona, que desde algún rincón del mundo continúa dibujando las interrogantes y fantasías del cosmos, a través de sus abstractos, conectados con un juguetón fauvismo kandiskyano. El cromatismo en la obra de Arrona, como una nebulosa ignota que se ha fugado de las etiquetas peripuestas en el marketing de la prontitis.
Como olvidar el quehacer plástico de Arrona, cuando solíamos coincidir en el Centro Cultural La Bolita, donde el pintor solía pintar junto a una caguama, como quien se instala en la nube ignota donde está prohibido usar celular, hablar de likes y otras monerías de la jaula virtual. En ese sentido, Arrona es algo así como un exotismo descarriado en la Bizarra Manhattan Regiomontana.
Como olvidar aquellos días en la Plástica del Noreste, donde mi segunda madre, Xaandra Xaavedra y un servidor, potenciamos la génesis de un movimiento plástico, que miércoles tras miércoles, habría de concitar la Noche de Los Pintores, más allá de toda burocracia costumbre.
Lo nuestro era la Irrupción del Color, la inexorable aparición del Arte. Y claro, no podría faltar la presencia de Arrona. Una bella historia la de mi Segunda Madre, Xaandra Xaavedra, pero eso es harina de otro costal, ya habrá tiempo para narrarla. Por hoy, es preciso remarcar el compromiso de Arrona para sumarse a los movimientos plásticos en la Bizarra Manhattan Regiomontana.
Si quisiéramos ubicarlo en algún “ismo”, o por definir su obra y su tiempo, bien podríamos decir que la colorida terquedad lúdica de Arrona pertenece a la comunidad de los “Vangoguiamos”, un cenáculo de artistas que tenían un encuentro espiritual con el arte, pero que nunca encontraron al galerista que cambiara su destino… tránsfugas de la convencionalidad que encontraron en el Color, un ritual para no terminar hundidos por la amargura del Deber.
Arrona o la explosión de la nebulosa kandiskiana…