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EL ARTE DE CONTAR UN CUENTO

EL ARTE DE CONTAR UN CUENTO

ROBERTO GUILLEN

Ese domingo no podía perderme «Cuentos para no dejar de ser niños», a cargo del gran narrador Luis de la Cruz, en el marco del primer aniversario de la Librería Punto y Coma. Me interesaba ver la conexión que se vive por el estricto vínculo de la Palabra, más allá del mundo de aparatos en que existimos. Debo confesarles que dos horas antes me encontraba siendo agasajado por un banquete de chicharrones con guacamole que me brindó mi brother Charly Pestañas, claro, claro, sin faltar mi amada cerveza Bohemia…Aaahhhh… y agréguele a esto, usted, querido lector, que también presenciamos el filme Narvik, un producto de la netflix, con una sensacional fotografía y donde se retratan los horrores de la guerra cuando los nazis mandaban galleta en este mundo calavera que hasta la fecha las potencias siguen agarrados de la greña. Bueno, bueno, cada vez que le daba una embarradita de guacamole a mi taco de chicharrones, me complacía con dulzura el hecho de saber que la próxima ruta sería presenciar el Arte de Luis de la Cruz para narrar un cuento. Que ya lo hemos entrevistado y que ya hemos escrito a cerca de su quehacer teatral. Pero a este periodista iconoclasta le asiste la inquietante por revisitar los productos culturales, tal como nos pasa con la reelectura de un libro, o como lo puede ser un filme.

Lo primero que me encantó al llegar a Punto y Coma, fue que al frente estaba un grupo de chiquitines, ávidos por escuchar al cuentacuentos. Lo segundo que me fascinó es que la gente que abarrotó el recinto, también estaba expectante por escuchar a Luis de la Cruz. Es decir, no fue un domingo más para sacar a pasear a la familia. Y por su puesto, lo que más nos agradó fue la maestría con que el actor narra sus historias. Me sorprendió la pimienta de un realismo mágico que le imprime a sus cuentos como ese caballo que excretaba flores amarillas cuando comía plátanos y flores verdes cuando comía manzanas. La Narrativa Oral de Luis de la Cruz como el ejercicio de un prestidigitador que nos comparte el universo de sus historias con el poder de una sola herramienta: La Palabra.

En un mundo donde el celular se ha convertido en el cordón umbilical de convivencia humana, el ejercicio histriónico de nuestro juglar contemporáneo debería ser una cita de rigor para la niñez, que primero aprende a digitar que a leer. En ese sentido, propongo que se le brinde un espacio a Luis de la Cruz, donde domingo tras domingo la familia se olvide de todos los aparatejos de la fiebre virtual y vayan al encuentro de la Palabra. Un encuentro de la comunicación humana, como el que nos traza Miguel Angel, en su obra La Creación. Erase una vez…

Roberto Guillen

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