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EL PUEBLO EN EL PUESTO DE MANDO…

EL PUEBLO EN EL PUESTO DE MANDO…

Por Lupita Rodríguez Martínez

Monterrey.- Estemos preparados o no, los desastres naturales nos hacen conscientes sobre la fragilidad de la vida y de que todo cambia en un instante. Pero, también son detonantes de las demandas y anhelos populares que a lo largo y ancho del país se vienen gestando para construir una nueva sociedad, donde la democracia participativa, la justicia social y el desarrollo económico nos lleven por la ruta del progreso a vivir una vida mejor.

La vida es dinámica y siempre está en movimiento. Nada queda estático o igual tras el impacto de un fenómeno de la naturaleza; todo cambia, se transforma y evoluciona para bien o para mal.

Los movimientos telúricos registrados hasta ahora, nos hacen reflexionar que los cambios y transformaciones son parte de la propia naturaleza y nos dicen que aunque estemos preparados no podemos saber la magnitud de sus efectos, tal y como ocurre con la tragedia sísmica que sacudió al centro y al sur del país.

A pesar del dolor por la pérdida de cientos de vidas y el derrumbe de miles de hogares, los damnificados no están solos. Los mexicanos han dicho presente para apoyar en todo lo que sea necesario, mediante brigadas de búsqueda y rescate -desde rescatistas profesionales hasta los heroicos ‘topos’-, así como mediante una multitud de brigadistas improvisados para el retiro de escombros, que incluso trabajaron sin herramientas ¡a mano limpia!

El pueblo se volcó improvisando hospitales en plena calle para atender heridos, ayudando a la búsqueda de seres queridos, preparando comida, repartiendo agua, participando con donativos y apoyando a las brigadas especializadas de rescate llegadas de muchas partes del mundo por la magna solidaridad internacional.

Sin menospreciar al Ejército, ni a la Marina, ni a los Bomberos o a Protección Civil, el movimiento de la ciudadanía se impuso, porque es la acción solidaria de un pueblo que respalda al hermano en desgracia y porque es un cambio de consciencia que deja en evidencia el hartazgo social, pero también la fuerza que es capaz de desdoblar el pueblo mexicano.

Los movimientos oscilatorios y trepidatorios deben llevarnos de la oración a la acción en lo esencial para nuestras vidas e impulsar la consciencia colectiva de lucha por la verdadera transformación de la sociedad, pues hasta el final nos damos cuenta que lo que nos mueve a vivir es el amor.

Es el amor auténtico y consciente que permanece intacto tras cualquier terremoto y que crece con mayor fuerza en nuestro espíritu y en el trato hacia nuestros prójimos y semejantes.

Es el amor humano y solidario que se fortalece frente a las pruebas que la vida nos pone y que reafirma nuestro cuadro de valores morales y de principios éticos, a través de los cuales nos comprometemos a servir y ayudar a los demás, así como a predicar con el ejemplo.

Para quienes nos regimos por la filosofía de servir al pueblo y no servirnos de él, el amor es la llama que nos ilumina y alienta el coraje para salir adelante de las crisis generadas por sismos internos y externos.

Aunque hay momentos en que la llama del amor se encuentre como una flamita tenue y sin crispar, siempre está encendida dentro de nosotros y de nosotros depende reavivarla en la lucha diaria por los valores y principios de la libertad, la justicia, la democracia, la solidaridad, la justicia, la igualdad, el respeto, la honradez, la verdad, la lealtad, la perseverancia, el espíritu de servicio, la modestia, la bondad, el trabajo, la audacia, la congruencia y el respeto a la soberanía del pueblo en que vivimos.

Por ello, la frase más sencilla para definir el amor en este mundo es “quien no vive para servir, no sirve para vivir” y todos quienes tiene el amor como la base de sus vidas, lo demuestran en su conducta hacia los demás seres humanos sin distinción de sexo, raza, color, creencias o nacionalidad.

La conmovedora realidad que estamos viviendo a causa de los terribles sismos, ya de por sí agobiada por el hartazgo social de la pobreza, la violencia y la corrupción, obliga a preguntarnos ¿Qué sociedad debemos construir?

Siendo la vida tan breve y más difícil por los desastres naturales, construyamos lo que realmente nos dé valor como seres humanos para vivir una vida plena, con libertades y mucho amor. Reconstruyamos el tejido social obligando a nuestros gobernantes a ganarse la confianza de la sociedad civil, en donde el pueblo sea el que siempre esté en el puesto de mando.

Roberto Guillen

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