ROBERTO GUILLEN
Dueño de una tersura cosmopolita, el Señor Keppí existía como un discreto secreto para los demás, y hasta para sí mismo. Su andar por las calles de París, Buenos Aires y Florencia le habían prodigado la cadencia y el estilo de un turista sin retorno. Nunca aparentaba tener prisa por nada…hasta que traspasaba las puertas del Prosty-Cielo y todas sus trémulas carnes celebraban una metamorfosis a la dr. Jenkill and Hyde.
Entre las penumbras de un Teibol Dance sus entrañas empezaban a experimentar una victoriosa reacción química cuando oteaba las carnes frescas de quien sería su elegida. Pero nadie lo sabía. Nadie lo sospechaba. Porque el Señor Keppí era el mismo dueño de eso que los franceses llaman » La Finesse». Le gustaba sentirse una mamona monedita de oro. Gozaba un perverso placer de juguetear con ellas. De saber que las tenía congeladas en el puño de su mano. De gozar con una budista quietud, el revólver de su billetera. Que tantas nalgas de campeonato había mordisqueado. Como el infante que por primera vez se encontraba con un flan de la receta delicatessen. Era un niño goloso que mordisquea, mete el dedo, lenguetea, mete otros dos dedos, succiona y mama, que succiona y mama con locura epiléptica. Encontraba un placer sublime en ese lenguaje descarnado cuando los cuerpos rompen la careta de la moralina.Y de pronto se veía imbuido como un fauno en el Bosque de Venus. Un fauno que va por la floresta de las caricias con la Corona de la Lujuria.
Se convertía en el desconocido Señor Keppí para el recatado y circunspecto Señor Keppí, al que las meseras del cafetín solían decir con una sonrisa comercial: su café, Señor Keppí.
Y por más que las casquivanas meseras pretendían engancharlo con un escote pechugón o con un velado albur de barriada, el hermético caballero tan sólo apretaba los labios y simulaba el candado de una pétrea sonrisa, como diciendo un indiferente «que te vaya bien chula».
¿Qué onda con el Señor Keppi?
¿Será puto?
¿Será mañosón?
¿Que le gustará a ese viejo estiloso?
Se preguntaban las curiosas pragmáticas moscardonas, que al final terminaban comportándose justo para que el misterioso Keppí las premiara con una buena propina…