POR ROBERTO GUILLEN
Su temperamento es la protesta. Levantar la voz ha marcado su destino. Al igual que la punzante narrativa de Tolstoi, ella tampoco puede Callar. Es la voz atronadora de San Nicolás. La voz que desentona con la modorra social donde se ubica el estadio de los tigres. Algo así como una antorcha que se niega a extinguirse, y por eso aquel 10 de mayo una vez más se fue a protestar contra el cierre de la Fundidora:
Hasta que nos quede vivo el último minero aquí vamos a estar.
La herida social sigue abierta. Y acecha la desmemoria, la depresiva nostalgia de la derrota. Pero Ella quiere morirse en la raya. Acompañada de sus compañeros y de su megáfono, la activista entrada en años exhibe la rabia de un activista de Ayotzinapa. Se crispan las venas, endurece su discurso contra los ganones de los terrenos de la fundidora, mientras los automovilistas le responden accionando el claxon, en pleno día de las madres.
Ni siquiera llegan a la decena de inconformes, pero después de 30 años, ahí siguen, ahí siguen…y es que toda lucha legítima por la justicia conforma una hermandad indestructible. Que se vuelve tan frágil como una copa de cristal cuando los egos y las envidias fragmentan el target de rigor. Pero la señora Blanca Guzmán una vez más nos ha brindado una cátedra de civismo.
Han sido tantos los años de organizar a las esposas de los mineros, algunos de los cuales se los tragó el vacío de una depresión. Lidiar con la orfandad de sus viudas ha sido la ardua tarea de blanquita, que se convirtió en la mujer Pípila de sus penurias. Un misión que un día de estos le provocó el llanto de la impotencia cuando la entrevistamos en compañía de sus defendidas…