ROBERTO GUILLEN
Tonificante, exquisitamente tonificante me ha resultado la incursión por la belleza delirante que palpita en la Sierra Gorda de Querétaro. Gracias a que no suele menudear por el sitio ningún desmadroso enjambre de los spring breakers, en el aire se respira el intocado perfume de la Pacha Mama. Como para inventarse una danza primigenia, levantar los brazos al cielo y fundirse con el cosmos.
Fue el Padre Chema quien nos extendió una cordial invitación para acudir a la presentación de su libro, Una Humilde Opinión, en el poblado El Refugio, una pintoresca comunidad que pertenece al municipio Arroyo Seco, estado de Querétaro. Lo que no esperábamos es que la invitación también incluía un viaje al México Profundo, y un encuentro espiritual donde la madre tierra nos saluda con una expresión prehispánica conocida como “Concá”, que traducido al español, significa “Cuentas con mi Apoyo”. Tal vez, tal vez, en lugar de los buenos días o las buenas noches o buenas tardes, los seres humanos deberíamos extendernos un caluroso “Concá, mi hermano”,” Concá mi querido amigo”.
Bella travesía la que hicimos de El Refugio a ese paraje paradisiaco que llaman Ayutla. La mirada es acariciada por un verdor delirante y dan ganas de convertirse en un mini-dron para disfrutar las entrañas y dormitar en el pubis de la montaña. La Serranía como un sagrado misterio. El urbanita del smog y el caos automovilezco, frente a un grandioso retablo de la Diosa Naturaleza.
Y al ver cómo fluían los borbotones de agua cristalina en el rio de Ayutla, el periodista iconoclasta se observa invadido por un arrebato sentimental de Esperanza. De la traumática escasez regiomontana , a un torrente de agua que lo invade todo con generosidad. De sufrir ese hueco ruidillo apocalíptico cuando abres la llave y no sale ni una pinche gota del vital líquido, a ingresar con un goce infantilezco en el rio y cual primitivo remojas tu rostro una y otra vez. Volver a sentir la frescura de la vida.
Pues en el paradisiaco Ayutla presenciamos al Padre Chema oficiar una singular misa, donde tenía como decorado el verdor de la naturaleza, que por esos lares es pródiga en producir mangos. Es decir, asistimos al arcoíris de un paraíso frutal.
De tal manera que mientras el sacerdote le hablaba a su grey del natural templo de la Creación en que se encontraban, uno podía contemplar esa bella milagritud de los mangos que golosamente pendían de los árboles. Delicia de momento para alimentar el Espíritu de un esteta. Y exorcizar los eventos traumáticos de habitar en la Bizarra Manhattan Regiomontana.
Ya después nos regresamos a El Refugio para ser recibidos en el auditorio de Don Ramiro, un espléndido anfitrión, quien dispuso de su espacio para llevar a cabo la presentación de Una Humilde Opinión, donde nos acompañó la alcaldesa de Arroyo Seco, Ofelia del Castillo Guillén, quien precisamente se llevó la noche cuando un lugareño de paliacate rojo y sombrero de paja, la invitó a bailar un zapateado y ambientar la música de jaranas y violines que unos músicos de la región interpretaban con el toque característico del son.
La imagen se ha quedado alojada en mi sesera y me visita de manera intermitente. Con qué estilo, con qué tacto y con qué espiritual respeto aquel viejo queretense la invitó a escenificar el México Profundo. La figura del Poder en un encuentro dancístico con Juan Ciudadano. Un momento estelar, fílmico y primigenio que atrapó las miradas y detuvo el tiempo por un instante.
De tal manera que no solo asistimos a la presentación de un Padre que mediante su libro, busca hacer brillar las verdades de Jesucristo e infundir respeto por la Naturaleza, sino también a un banquete cultural, musical y culinario. Los comensales fuimos agasajados con unas enchiladas queretenses y unas deliciosas carnitas de cerdo. Alimento para el paladar y para el Espíritu.
Me gustó el gestó del buen Pepe Guerrero , quien a parte de ser el editor de la obra que se presentó, llegó al caserón de don Ramiro con un cargamento de libros para regalar. Lo acompañamos a su automóvil para descargar una maleta que contenía títulos de Roland Barthes, Emerson, Sófocles, Chesterton y muchas otras delicias. De tal manera que mientras un periodista iconoclasta degustaba con delicatessen fruición un tinto que le brindó el Padre Chema, también se solazaba al ver cómo los contertulios flotaban con un mexicanísimo zapateado, mientras en una de sus manos sostenían un libro…querreeeque…querreque…querreeque…querreque…